Allí están, sosteniendo su sombra,
pegados a una barda,
revolviendo en soledad su desesperanza,
arrumbados en el hueco apagado
de un grito.
Arrastran sus pies en el asfalto,
pies descalzos que caminan afligidos
la vía dolorosa en el día
de la bienaventuranza ajena.
Allí están, forman con sus manitos un cuenco
en qué poner su alimento diario
-ese que a mordiscos se comen
sus bocas enfermas-.
¿Los ha visto tu alma ciega, acaso?
¿Los han visto tus ojos ir cayendo
como sombras pesadas
hacia el abismo de la indiferencia sin fondo?.
No me preguntes por sus nombres,
fueron escritos en el viento,
acumulados por montones
en la hora fatal de sus desdichas.
No me preguntes por su hambre,
han comido insultos siempre,
con el desprecio de la gente
servido en rebanadas agrias.
No me preguntes por qué están sucios,
ellos visten simples costras de polvo,
nosotros traemos la mugre
agolpada en nuestras mentes
como un torpe racimo de frutos.
No me hables de Dios a estas alturas,
van cayendo de sus nubes los cuentos
del hombre,
echados al fondo de la vergüenza
por la fuerza gravitacional de este mundo.