La cabeza es una playa inhóspita.
Los restos del naufragio
aparecen de madrugada
sin saber si es un sueño,
solo pavor agazapado
en la arena gris,
tiritando de frío,
temeroso del atronador oleaje.
Con los labios cuarteados por el viento
y la boca entreabierta,
el miedo repta garganta abajo
buscando sin duda el corazón
que apenas palpita.
Y entonces las pupilas se escapan
de los ojos y huyen lejos
como infames gaviotas.