la decoración del fuego
en el oleaje de unos ojos
recién encontrados
Dios adentro,
sometido al trueque
de los espejos baldíos,
orejas marchitas,
traqueteo
de ecos agusanados
y lunas atigradas,
aullido consonante
que tiene en ascuas
a las luciérnagas disfrazadas
del invierno,
eléctrica elegancia
de la intemperie
donde aluniza
la sangre bífida del abismo
antes de despertar al infortunio
su sonrisa astral.