Lourdes Aguilar

UN PASEO EN BICICLETA

Recorriendo el otro día en bicicleta mi colonia tuve la increíble experiencia de perderme al doblar la esquina de la panadería, sí, aunque parezca absurdo me perdí , iba como siempre al atardecer rumbo a un parque ubicado a media hora de mi casa donde se colocaba un tianguis, yo sabía perfectamente que al doblar esa esquina continuaba la calle con sus casas, una papelería, un terreno baldío y una escuela, pero en el instante de un parpadeo, cuando pasé brevemente mi pañuelo para enjugarme el sudor que bajaba por mi frente y como si al hacerlo borrara el lugar donde me encontraba, como si se desvaneciera todo lo que usualmente me rodeaba, se presentó ante mi vista un camino de terracería, bordeado por selva baja, era también de tarde, o al menos había luz, desde luego dejé de pedalear y miré hacia atrás esperando ver la panadería que acababa de pasar, pero ya no había más que sendero y selva baja, eso no podía ser real, me pellizqué, me froté los ojos, grité, pero nada cambiaba, un silencio interrumpido solamente por el roce de las ramas y el zumbido de algún insecto escondido imperaba, dejé a un lado la bicicleta, toqué la tierra seca, la hierba, las piedras, podía sentirlos, olerlos, morderlos, pero a pesar de la quietud el miedo se apoderó de mi, monté de nuevo en mi bicicleta,  quise regresar por el camino de donde vine, pedaleé en dirección contraria, pero no me llevaba a ningún lado, mi mundo, en un instante se había desaparecido y por más rápido que avanzara todo seguía igual; no escuchaba más que mis sienes palpitando desesperadamente y el corazón sobregido bombeando tanto por el esfuerzo como por la desesperación, mis piernas se movían por inercia, buscando algo familiar, no podía admirar el verdor de la selva, las flores silvestres, la tierra roja del sendero, la piedra caliza que sobresalía de tramo en tramo, en otras circunstancias ese panorama me hubiera parecido bello, relajante, pero dada la situación actual sólo podía sentir pavor, ¿cómo era posible que mi mundo se esfumara tan de repente?, mis piernas se entumían, pero no podían dejar de pedalear, quería encontrar de nuevo mis calles ruidosas, llenas de gente apurada y atiborradas de casas desiguales, pero lo único que conseguí fue dejar atrás el sendero en la selva y adentrarme en un valle rocoso, lleno de aristas y hondonadas, si antes sentí miedo ahora tenía pavor, debía zigzaguear entre filosas aristas y subir cuestas para poder avanzar, pero no tenía otro remedio, debía continuar aunque mi corazón explotara del esfuerzo, debía ser ya tarde o los picos me ocultaban la luz, solo hasta ese momento me percaté que no había sol, solo un cielo azul pálido moteado de nubes que se iban oscureciendo lentamente, sumado a la piedra mi visión se desvanecía, me costaba más trabajo salvar los obstáculos, estaba tan embotada en aciagos pensamientos que no me di cuenta de que en una bajada el horizonte se cortaba abruptamente, más adelante ya no había sendero, ni rocas ni nada y así penetré en ella a toda velocidad, y resignada a lo peor me encogí y cerré los ojos.

 Después caí, el dolor en mi espalda, en mi pecho y en mi cara el ardor al impactarse contra una superficie dura, terrosa me indicaban que seguía viva, oí murmullos conocidos, no quise engañarme hasta que tuviera la seguridad de que se trataba de gente que hablaba mi mismo lenguaje, sólo entonces me atreví a abrir los ojos, al hacerlo me encontré tendida en el pavimento, en la colonia justamente delante de la panadería y con un círculo de vecinos observándome y tomado fotos con sus celulares, mi bicicleta yacía a un lado, con una llanta torcida, emocionada me levanté de un brinco a pesar de mi cuerpo magullado, mi primer impulso fue el de insultar a esa grupo de curiosos, pero dada la experiencia que acababa de pasar terminé riéndome como un idiota.