Deja entrar a la que guarda un lugar tibio
debajo de su corazón.
Déjala pasar, quizás es la Eva que sonríe
cuando dios descansa,
y la noche se hace fría.
Deja salir al aire que parece humo,
que lleva ceniza y sabor de olvido.
Deja crecer la hierba al lado de las cruces,
es la que hace blanda y acogedora
a la madre tierra.
De que viviremos si no encontramos
y de que moriremos si no nacemos;
Si acaso de eso se trata la vida
de algo que llevamos
mientras lo vamos perdiendo…
Deja salir a las voces tristes
cuando el dolor golpea muy adentro
y nos deja la semilla
de la muerte en las entrañas;
Si acaso, vale más el hombre que sucumbe
víctima de su pena,
de los que hablan en voz alta y matan
al muerto que huele a vivo.
Sí, que corra el agua, que aplasten
los derrumbes,
y las palabras huyan, se escondan
o se queden quietos junto a los relojes
muertos;
Sí, que huyan todos.
No lo entenderían,
no sabrían que hacer
con el gozo de sufrir las esperanzas.
¡Ay, mi vieja voz que lamia en silencio
la verdad!
Déjenme ir detrás de la Eva
que esperaba mi sangre y me hacía fecundar
sus peces en secreta aurora;
¡Ay de mí, de mi aire que se arremolina
y mis raíces de piedra!
¡Ay de aquellos!
¡Ya es de día!
El aire empieza a galopar
y ellos aún no han amanecido.