Tenerte entre mis manos fresca y tierna,
sentir tu suave piel de pardo aroma
y alzar la vista al sol por la maroma
del puerto en que, los dos, fuimos galerna
de un barco que se hundió, ya sin cuaderna,
al mar que, embravecido, se desploma.
Abismo en el que Febo el arco doma
y oculta en su carcaj la llama eterna.
Volvamos, pues, a ser acantilado
de un sueño de sonoros oleajes
que espuman con fragor contra las rocas.
O arena en esta playa, que ha colmado,
dispuesta a reposar sus arduos viajes
llevada del amor de nuestras bocas.