Miguel Ángel Miguélez

LA LLAMA ETERNA

 

 

 

 

 

Tenerte entre mis manos fresca y tierna,

sentir tu suave piel de pardo aroma

y alzar la vista al sol por la maroma

del puerto en que, los dos, fuimos galerna

 

de un barco que se hundió, ya sin cuaderna,

al mar que, embravecido, se desploma.

Abismo en el que Febo el arco doma

y oculta en su carcaj la llama eterna.

 

Volvamos, pues, a ser acantilado

de un sueño de sonoros oleajes

que espuman con fragor contra las rocas.

 

O arena en esta playa, que ha colmado,

dispuesta a reposar sus arduos viajes

llevada del amor de nuestras bocas.