De la tempestiva tarde
de un verano apenas muerto
en que las cigarras siegan
con sus vientres el silencio
del espíritu del trigo,
de la soledad del pueblo,
donde nada se sucede
y Apolo derrama un fuego
que ni quema ni consume
el verdor de los recuerdos.
Los álamos, las encinas,
los quejigos, el romero,
niñas y niños que juegan
por el bosque sin senderos,
que buscan con alegría
las aguas del río eterno
para bañarse en sus pozas,
profundas como el averno,
y llegar a la otra orilla
antes de que caiga el cielo.
La bicicleta, la azada,
los ocres surcos del huerto,
la fruta, casi madura,
las raíces bajo el suelo
que asoman con la ironía
de los años que se fueron,
y que ya no volverán
mientras brotan los renuevos.
El pequeño petirrojo,
breve y frágil compañero
que saluda con sus alas,
que conmueve mis cimientos.
Y una lágrima de tinta
desciende sobre el reguero,
se pierde bajo las flores
que se abren, con mucho esfuerzo,
a la verita del muro
que guarda en blanco el secreto
tras las piedras, de los hombres
y mujeres que partieron,
en la espera de los frutos
camino del cementerio.
La melodía del aire
en la fragancia del cierzo
declama frío el poema
del otoño y el invierno.
Una nubecilla rara
se divisa allá, a lo lejos,
como si quisiera hablar
del relámpago y el trueno,
como si no fuese más
la tormenta de mis huesos.
Cae la lluvia despacio
en la hojarasca, en el velo
de la niebla, en el descanso
de las eras, en el fresco
prado que duerme tranquilo
bajo la furia del hielo.
Sobre todas estas cosas
una voz, un sortilegio,
como un olivo cuajado
de promesas y de anhelos
que no llegaron a ser
y tampoco florecieron,
como esa sombra de luz
que recorre nuestros cuerpos
con la levedad del alma
que se diluye en el viento,
que flota, sopla, se va
y nos deja sin aliento,
porque nada queda ya
en la memoria del tiempo
–bendita infancia serena–
de aquellos felices sueños.
Y sin embargo mis manos,
callos de afanes y versos,
escriben de corazón
todos los dulces momentos
y los amargos también,
pues todos caen adentro
como agua en una vasija
que rebosa sentimientos:
miseria, tristeza, amor,
o dolor, o ausencia, o miedo.
Cualquiera cabe, en el fondo
la palabra es un misterio
que nos descubre la vida
a medida que crecemos.