La vi venir por la calle
que conduce a la estación
y al mirar su hermoso talle
me causó gran sensación.
La vi venir solitaria
al subir por el andén
y una tenue luminaria
se veía; y era el tren.
Y brilló todo su pelo
como flores de alhelí
las que bañan el riachuelo
donde canta el colibrí.
Y en su cara una sonrisa
de repente divisé;
no importó que fuera aprisa,
muy hermosa la miré.
Pero un tanto entusiasmado
yo sus pasos perseguí
como un loco enamorado
con todo su frenesí.
Y al sentir mi cercanía
su mirar se hizo ilusión
con sus labios me decía
¡Tiene dueño el corazón!
Yo le dije, vivo solo,
y no tiene qué temer.
Ella dijo: soy Manolo,
soy un hombre, no mujer.
¡Ay carajo qué gran susto,
esa noche me llevé;
y de pronto, barajusto,
pues corriendo me alejé!
Así pasa a los tunantes
los que van de flor en flor
y buscando más amantes…
¿Tienen sustos…?, ¡Sí señor!