Matias 01

La memoria se despierta...

¡Que cansado que estoy! -murmura- con ganas

de dormir un largo sueño.

Se encuentra lejos de la ciudad:

¡Agotado!

Y se ha derrumbado debajo de un árbol,

un viejo sauce

que parece estuviera triste,

y ha encendido un cigarrillo de marihuana

con ganas de calmar sus ansiedades.

¡Lo necesito! -se dice-

 

La memoria se le despierta, su alma vuela

-mientras cierra los ojos pesadamente-

hacia atrás, a lo lejos,

a otra vida, mientras va cayendo sobre un mar callado

donde navegan lúcidos los rostros

en que se apoya el corazón.

 

Le sonríen unos ojos y se levanta sobre los muros

de huesos que claudicaron o se perdieron

en el camino;

¿Saturnina? Otra vez descalza, con una flor en el pecho

y saltando como una liebre.

Se sientan a mirar el arcoíris y a las palomas

que no dormitan jamás;

Entrelazan sus manos y su sangre, en una mirada,

y saben que sus alegrías son los llantos

del mañana.

Así, pasan cientos de años en un instante

con el corazón teñido de cosas tiernas  

y el aire, arrastrando la tarde en su mejilla que huele a café,

hace de su cuerpo pan de aurora,

y sus manos escriben sobre su piel palabras dulces

que son eternas, que se desprenden y se van

en una lagrima.

 

Toda esa ciudad en que se hunden sus ojos: ¡Emerge!

¡Surge, escuchando a su alma!

La voz que sobrevive a la palabra va delante de la muerte

y se eleva sobre la tierra brillando

como para sofocar un poco a su tiniebla.

 

Abre los ojos y del cigarrillo no queda nada, apenas

ceniza que se desparrama y se hace nada con el aire.

¡Saturnina!

¡Otra vez Saturnina…! Y el aire húmedo se va…