Pasé por aquí ayer, por esta calle,
pasé y todavía me acariciaron tus ramas,
una hoja se enredó en mi cabello,
una lágrima salió de mis ojos
como una advertencia, agolpados
mis interiores fueron derribándose,
sentí de pronto la funeral presencia
de un acha terrible,
mis pies fueron encaminados
por la vereda más larga de la angustia,
pasé bajo el cobijo de tu sombra,
sentí el aroma matinal de tu corteza,
te vi mojado en la lluvia de mis ojos,
y siguiendo su camino
mis rodillas rompieron el silencio
con su tronar de viejos huesos.
Hoy estoy aquí, frente al hueco que dejaste,
bajo este sol que me quema el alma,
sin el saludo amable de tus pájaros,
sin la caricia de tus ramas enredándome
el cabello, con la hondura de tu ausencia
clavada como astilla en mis ojos,
mis pies marchan quedos, pesados y torpes
en su andar triste, y tú ¿a dónde fuiste?,
árbol de mi vida, ¿quién se hará cargo ahora
de la orfandad de tus insectos?
Esta casa que tenías enfrente es hoy
horrenda: una barda seca, muros
que en su desdicha queman, resolana
que se vuelve agresiva bofetada cuando uno
pasa; pero, ¡qué más da!,
si la vida misma
es también la muerte de las cosas.