Alzando las banderas,
insurrectos y rebeldes
cruzan el laberinto,
trazan surcos rectos
con el pensamiento
y caminan bajo
la soledad liberadora
que empuja al desierto,
excavando en la tierra
ilimitados acantilados
buscando los signos de la vida.
La voz del origen,
que sacude los sentimientos
permanece sembrada
en su corazón
y alumbra la esperanza
como antídoto sereno
contra el desconsuelo.
Para defenderse del mundo
difuminan la pena,
sin reblar ni sucumbir,
siguiendo las señales
en una senda infinita.
La inquietud volátil
llega con los pájaros,
seres alados
que, deshaciendo nudos,
despejan la confusión,
custodian el camino
y traen buenas nuevas
a los poetas
desde ese lugar difuso
donde no existen
ni el espacio ni el tiempo,
y al que, irremediablemente,
conduce nuestro destino.