Encontré una carta, que hace años te escribí, en un cajón con aroma a vainilla, donde guardo retazos de recuerdos, lienzos y puntillas, agujas, lanas y sobres abiertos, con el áspero color del tiempo.
En esa carta te digo que la Navidad me sorprendió en tu casa, no estabas allí, o si lo estabas, entre tus innumerables cosas.
Te encontrabas en tu amada Inglaterra, recorriendo campiñas en tu viajera bicicleta.
Tu bicicleta con identidad propia, te llevaba y te traía impregnada de neblina y la húmeda caricia del viento en tu mejilla.
Te cuento en esas líneas, que si no estabas en presencia; yo te veía entre tus artesanías, cada pedazo de madera que moldeaste dándole la forma que querías.
Te veía con tu aspecto de bohemia, recorriendo el mundo, trayendo un poco de tus largos paseos, relatos y cuentos de encuentros literarios en bares, embriagada en tu fantasía de la misma bohemia entre personas que conocías.
Hubieron rincones donde te encontré. Pequeños escritos en la pared, con tizne negro y lo hacías con un pincel.
Tengo esa carta entre mis manos y fotos con tu sonrisa de persona amable; eras buena compañía.
Tenías una vida improvisada y libre y yo apenas me asomaba a descubrirla.
Yo te contaba mi niñez solitaria y sombría; y hoy que puedo lee más allá del papel, ella me sirvió para entender que a veces las marcas en el alma, son para aprender con sensibilidad y envolver los recuerdo, los que hoy me hacen mujer.
Aún con mis veinte años, allá, donde te escribí, veía la vida como un premio, mi corazón siempre abierto y te aprendí a querer.
Eramos tan diferentes pero convergían nuestras ambigüedades, tú con tus libertades y yo almidonada y recurrente, muy seria para mis 20 años, pero con los ojos deslumbrados y el corazón ardiente.
Con esta carta en mis manos, te haces presente, tu energía depositada en el recuerdo.
Te fuiste una tarde para no volver.
No tengo tristeza solo la dulce nostalgia de no tener nuestras tardes de té con scones y lecturas en voz alta.
Y esto que escribo ahora, ya lo debes saber, es una necesidad del alma que extraña tu amable compañía bohemia en aquél tiempo en que los años , los tuyos con una vida contemplada y la mía por nacer.
Aún tengo guardada tu sonrisa , esta carta que te escribí en soledad, en un cajón con aroma a vainilla, retazos de raso colorado , agujas , lanas y puntillas.