<<Cariño mío, si mi muerte llega primero que la tuya, no olvides nunca que te amo>>.
En ese instante no conocía más concepto de la muerte que la realidad de dejar de respirar, emitar calor, pensamientos y sentimientos; ahora, es ser inerte.
Ser inerte, eso es la muerte, muerte del amor, del ser, del yo, del tu y yo, del pasado, del instante que acabó.
En ese entonces, Alexandra de veinti tantos años, no sabía que la muerte tiene un significado tan amplio. Alexandra, Alexandra, Alexandra..., esa forma de sentir, contradicción, pasión, manantial, caída en picada por la cascada, caminata por el infierno, miradas al cielo, levitación al centro, somos Alexandras, y esta yo, ¿sigue en el centro?.
Domina la oscuridad y con ella la fuerza, la oscuridad donde habita el dolor; por instantes, en la piel canela del fuego, aparece la luz y el cielo, relámpagos fugaces que reafirman que ninguna ha muerto. Yo, que me encuentro en el centro, las abrazo en los momentos que la contienda tiene un receso, y cuando vuelven al ruedo, desde este centro transmutado por las dos, observo y espero, espero y observo, observo, espero y tiemblo.
El amor inerte de volvió y el ancla de Alexandra extravió. Contradicción, puja, luz, oscuridad. Positivo, en el centro estoy yo.
¿Creíste que era un cuento de desamor y duelo?
El duelo, desde el inicio, es siempre. Muerte, muerte, muerte, ¿qué pasará con Alexandra, Alexandra y yo?