Dido tuvo que suicidarse ante la ausencia de Eneas.
Eneas, con Anquises a cuestas, iba impulsado por el nacimiento
de un nuevo imperio. Roma.
Su destino era insoslayable, renunciando al calor fragante
de un amor cierto, en Cartago, con una mujer intachable,
un lugar de ensueño, quizá una familia, una riqueza...
¡No te vayas Eneas!
¡Por favor, no te vayas, por lo que más quieras!
¡No me dejes aquí, sola, mi cama llora!
Te propongo un trato: Ve a Italia, funda Roma,
dejas a tu padre a buen recaudo, y vuelve,
vuelve rápido amor mío, mi piel tiembla.
No me digas que sí, por favor, para que me calle
y te deje tranquilo.
No seas hielo ante mis súplicas pareciendo que otorgas,
y por la noche, al abrigo de la oscuridad, prepares
tu nave y su aparejo para, sin hacer ruido,
emprender huida según tu destino.
¡No, por favor, no lo hagas, que me muero de amor!
Aquí tenemos sitio de sobra para los tres.
A Anquises lo podemos acomodar en esta cámara,
dispondrá de todos los enseres que le harán falta
para soportar su dolencia, esa que arrastra desde Troya,
esa que le infligiera aquella flecha perdida, tensada
por un aqueo en el fragor de la batalla.
Si vas a Italia, donde no sabes si gozarás de comodidades
¿Cómo estar tranquilo de que tu padre recibirá
las atenciones que precisa para sanar las heridas?
¡Quédate, por favor, aunque sea por él!
Como fiesta celebrativa, si decides quedarte, diseñaré
unas performances que harán tus delicias, prepararé
unos agasajos surtidos de las más variadas y apetitosas
viandas de la región, esos venados que tanto aprecias...
Si te quedas engalanaré nuestra habitación como nunca
antes; recamaré de pedrería los barrotes de la cama,
la ropa que abrazará nuestro colchón será de una seda
no soñada antes por ninguno de los salomones del mundo.
Se me ha ocurrido —mientras me deshago pensando
en estos planes— que podría acompañarte a Italia
y ayudarte a fundar ese imperio que según los augurios
mandará sobre el mundo conocido en pocas fechas.
¿Qué te parece la idea de estar a tu lado en esta tu aventura,
de ser tu fiel compañera en un momento histórico?
¡Venga, dime que sí!
Como sé que no te vas a negar, con tu permiso voy organizando
el banquete y la celebración ¿Sí?
Narrador: Eneas, ante tal ímpetu y deseo, no pudo más que
asentir, dejarse hacer y silenciar su boca, diciendo sí a todo
lo que Dido se le ocurriera, no tenía fuerza que oponer ante
tanto amor expresado y lagrimado, ante tantas ganas.
Finalmente ocurrió que el desencuentro que proclama el mito
no se produjo; corrió el vino y la carne a mansalva y, tras
levantarse los manteles, aparejaron bajeles y galeras para
cruzar el Mediterráneo en busca de la gloria.