José Luis Galarza

La oscuridad en la mina

La oscuridad como una garganta
traga la lumbre
pequeñas bujías de almas en pena
y buscadores de resplandor.

 

Laten trémulas

paredes de esperanza
en silenciosas jornadas.
En la caverna
la respiración es profunda,
un animal resopla
en el laberinto subterráneo
como si fueran velas
que deshaga el aliento de azufre,
las llamas palidecen
en el interior.

Todo es turbio en esta senda,
el detritus de un territorio.

Esa noche que me cubre
genera un temor especial.

Insta a que el beso a mis hijos
siempre sea el primero y el último.


En el interior, la bestial penumbra,
el oxígeno que siempre falta.

Experimento la muerte
en el descenso,
por esta razón aseguro
que la muerte recupera
cada instante de felicidad.

Los revivo en el camino
cuando el oxígeno sólo permite
sentir que alucino.

Un río inquieto corre con las luces,
las conduce a otras vidas,
a mí me queda la oscuridad inmensa,
la profundidad del silencio.

La vida de este minero
se va secando,
habituado a la pérdida,
al goteo incesante de los hilos dorados,
como si fuera sangre
derramada por la montaña.

Se marchará la sangre
en la transpiración espesa y sofocada,
se irá con la ilusión
de que la oportunidad viniese
a regalarme el tiempo hermoso
de la familia que tiene lo que necesita,
el amor y la posibilidad de crecer
en la unión y en el tiempo.

Pero el oxígeno es escaso
y la exigencia y el deseo gigantes.
Arrancan un peñasco
de enorme tamaño
con el fin de asegurar la tierra
o la paz de la familia.

Con anhelos gigantescos
y pequeños derechos conquistados
y el vacío de leyes
es el grillete que inmoviliza.

No hay quien mire nuestra familia,
estamos desprotegidos
y las leyes están para garantizar
la actividad y producción minera.

La guerra es silenciosa,
y el hambre, la necesidad,
son inyectados.

De la vulnerabilidad
obtienen ejércitos, y entendemos
que nuestras voces dinamitan.

Astillaron todo el cuerpo
con esquirlas de un negocio,
la amputación de los amigos
antes de perder los ojos.

Estuvo comprometida mi vista,
de estas heridas la consecuencia
es inevitable,
estamos en el lugar propicio
para extinguirnos.

Yo los traje cerca y la culpa
es enorme, mi niño está mal.
No tenemos diagnóstico,
la espera es ahora una terapia.
No soporto la inacción,
la mentira de este sepulcro.

¿Por qué no han actuado?
¿Qué mal pudo sufrir
que transmite esta oscuridad,
la espesura de esta oscuridad,
y es bautizado con el silencio
de los doctores?

¿Por qué los doctores
no pueden hablar?
La única certeza es la costumbre
de desviar vista y oído.

Las consecuencias drásticas
que caen después de la severidad
encadenan la suerte de uno
y compran de este modo el silencio.

La muerte es una compañera
en el vientre de la montaña,
un retoño que se pierde
en el vientre
tiene allí la vida y la muerte.

El brote de movimiento
en el interior de la montaña
perderá su razón de ser,
la fe que remontaba
cuando la oscuridad
recupere la densidad.

Y el silencio
y la soledad
y los secretos
de las perforaciones
del vaciado útero
mantendrán forma de olvido.

Yo retorno al beso,
el último y el primero,
antes de cerrar los ojos
todos los días,
antes de que la oscuridad
crezca demasiado.

Nunca podré olvidarla,
porque las noches
perdieron el nombre
en el vientre
crece el vacío.
Ahora las noches no
tienen un nombre propio.

 

Pintura de Zdzislaw Beksinski