CARTAS Y POEMAS QUE ESCRIBÍ EN COMPLETA SOLEDAD
El día de hoy, 17 de febrero, a las 18:00 horas, en la estación del metro consulado, mi corazón se dio por vencido, y con él, mis lágrimas cedieron.
Abandonado por mi fuerza y mi voluntad, de todo amor y toda esperanza, dejé salir todo. La presión por todas partes se me fue al pecho, se clavó como una lanza, y aquella presión que me ahogaba se me fue en forma de lágrimas. Condenado a sentirlo todo con inmensa intensidad, sentí el odio, la amargura, el dolor en la agonía, el orgullo, las mentiras y el hablar sin empatía; cuando no hay humanidad, cuando huye la alegría y cuando reina la maldad. Mi corazón se rompió en mil pedazos, y nunca he sido bueno con los rompecabezas.
Sentirse derrotado es normal, pero, qué duro es cuando las miradas se te clavan hasta el alma, ahí es cuando uno, más que derrotado, se siente miserable.
De pronto, no sé si fue mi suerte o fue la vida, si el dolor que había en mi alma conmovió a los de allá arriba, pero, cual regalo inesperado, una mano me llegó al hombro, picándome con sutileza. Mis ojos, más lacrimosos que nunca, divisaron la mirada de una niña, cuya mano sostenía una paleta envuelta. Me preguntó por qué estaba llorando, pero yo difícilmente podía articular palabras; mi garganta no me lo permitía. Detrás de ella su madre le llamaba, pues su estación de descenso estaba próxima a llegar. De aquella niña salieron palabras que jamás esperé escuchar de una jovencita, mismas que, sin saberlo, iban a poner un punto y aparte en mi vida: me dijo que no esté triste, que toda iba a estar bien. Posterior a ello, me regaló su paleta y me dio un rápido y tierno abrazo. Ahí supe que, incluso siendo tan pequeña, tenía un enorme corazón. No supe cómo reaccionar. Digerir aquello era casi imposible. Después de este suceso entendí muchas de cosas.
Dicen que no se trata de lo que el mundo te da, sino de lo que tú le das a él, y hoy quiero darle algo, un pequeño aporte, un granito de arena.
Quiero agradecerle a la vida por darme un regalo hermoso, y ese regalo es estar vivo, el ser un ser humano. He aprendido a lo largo de mis días que el nacer así no te otorga intrínsecamente la bondad, pues hay humanos que no tienen humanidad. Sé que no todos somos buenas personas, que a veces abandonamos nuestro lado humano; yo lo veo como una llama, una llama que todos tienen, aunque, a veces, inconscientemente, abandonamos, pero confío en que todos la tenemos. Es natural que en ocasiones esa llama esté baja, pero siempre está ahí. Nunca se apaga.
Hoy me encontré a una pequeña con una llama que ardía como ninguna otra, su fuerza y su calor eran tan intensos que derritieron mi corazón. Quiero honrar con todo lo que soy a esas personas que, como la pequeña que me salvó hoy, mantienen viva esa llama, que diario la cuidan y la mantienen encendida; a aquellos que tienen problemas con la suya quiero decirles que no se preocupen, que en algún momento va a renacer y emerger como nunca. Gracias a todas esas personas (que, más que personas, son regalos) que esparcen esa llama por las vidas de los demás, que lo hacen y se expande como si fuera un incendio, que con su calor avivan el fuego de otros, sabiendo que esto no es su responsabilidad, que no esperan algo a cambio. Ustedes son los verdaderos humanos.
Hoy les doy las gracias, pues me han dado una razón, una más para estar vivo, para alegrar mi corazón. A todos ustedes les ofrezco estas, mis humildes palabras, como muestra de mi gratitud. Ustedes son los verdaderos humanos, los que no merece esta tierra, los que pertenecen no solo a ella, sino también a las estrellas. Su esencia y su bondad nunca morirán. Consideren este poema como eterna memoria de ello.
Esta carta los atesorará para siempre. Nunca los olvidará, y yo tampoco lo haré.
Para tener una llama se necesitan esencialmente dos cosas: una chispa y un combustible.
La chispa la tenemos todos al nacer,
El combustible es el amor,
Y la llama es la humanidad.
\"Mientras haya humanos habrá humanidad, y mientras haya humanidad el amor nunca morirá\"
- Christian Dávila