Hago un súbito inventario
de lo disperso a lo largo
de los años,
de las pesadumbres encalladas en el alma,
de los quebrantos y las alegrías;
de los abrazos y los adioses,
de los lentos amaneceres
y los fogosos crepúsculos en el distante mar;
y en el fulgor de mi vida germina
tu risa como agua profunda,
y el aura de tu voz que
me despierta cada día
y tu tibio abrazo que me tranquiliza
como a un cansado gato.
Hago el inventario de mi vida
y tu presencia
resta los dolores
y confirma el valor
de lo vivido.