Puedes seguir caminando
y, empapándote,
decir que no te estás mojando.
Puedes pararte en mitad
de la calle, mirar al cielo
y dar las gracias.
Puedes refugiarte
y esperar a que deje de llover.
Puedes rezar para que suceda,
chapotear de alegría
o maldecir tu ropa calada
pero no puedes controlarla.
La lluvia, igualadora de todos,
te empapa sin preguntar.
Lo único que podemos hacer
cuando se presenta el amor
y la lluvia es rendirnos.
(La utilidad de escapar (y otros asuntos del alma))