Carlos Justino Caballero

LA FLOR DEL CEIBO

En la vereda de un baldío

no sé quién pero alguien puso

un árbol de ceibo que soñaba

con su corona en rojos engarzada.

Es que su flor de rojo intenso

imitando la cresta de los gallos

es flamígera expresión de la belleza

sobre el verde suspendida.

 

Pero este ceibo, pobre ceibo,

crecido en la vereda de un baldío

no era por nadie protegido

y era despojado de sus flores.

Quebraban sus gajos que dolientes

imploraban por su rojo enaltecido.

Pero sólo una flor quedó en sus ramas

que estaba ajada ya, en dolor sufrida.

Y miraba yo esa flor todos los días

esperando que nadie la tocara

porque era para mí aun hermosa

y más lucida que todas sus hermanas.

 

Flor de ceibo, que tu ángel te proteja

y evite tu muerte tan temida.

 

 

De mi libro “Desde aquella Strelitzia”. 2014 ISBN 978-987-1977-32-1

             El ceibo es la flor nacional en argentina

 

 Cuenta la leyenda que en las orillas del Paraná vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Aunque era fea, en las tardes veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.

Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.

El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien al rato, fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo la muerte en la hoguera.

La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.

Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas y flores rojas...