Caminante sereno con tu paso fugaz,
anhelante de luz de los cuerpos celestes,
navegante del aire la paloma torcaz
adelante te guíe por los prados sin vestes.
Del camino lejano en la orilla del río,
donde el agua se calma tras surgir del venero
y los álamos cantan su susurro al estío
plateando las sombras, a la tarde te espero.
Llevaré entre las manos el intenso vacío
de los pájaros muertos en la hiel de febrero
para en lágrimas secas deshacer lo sombrío
que las hojas arrastran con el viento señero.
Y vendrá, como siempre, tu sonrisa cercana,
tu caricia de abril, tu fragancia de mayo
para darme la aurora que vivió tu ventana
y besar mi camino sobre el eco del rayo.
Caminante sereno con tu paso fugaz
anhelante de luz de los cuerpos celestes,
navegante del aire la paloma torcaz
adelante te guíe por los prados sin vestes.
De la falda del monte, de la fresca arboleda
de los trinos perdidos del jilguero y el mirlo,
una nube desciende, y su niebla de seda
desdibuja el recuerdo, incapaz de sentirlo.
Olvidados amores que regresan distantes
en la leve mañana aparecen distintos
pues sin pausa, silentes, como agujas punzantes,
se me clavan tan hondo que renacen extintos
al colérico ritmo de unas venas estatuas
que se abren y escuecen con pasión infinita;
la que tiene esta vida entre errantes y fatuas
intenciones de hacerse como el agua: ¡Bendita!
Y en vapores caer y volver a nacer
en un beso de mar de un amor de mujer
y seguir caminando y por fin comprender
que con él somos todo lo que quede de ser.
Caminante sereno con tu paso fugaz
anhelante de luz de los cuerpos celestes,
navegante del aire la paloma torcaz
adelante te guíe por los prados sin vestes.