TEMOR PEREGRINO
Alguna tarde habré de esperar sereno,
aguardando paciente el arribo del carruaje
que agite mi corazón congelado y tierno
y que abriendo su portezuela me invite al viaje.
A cuantos estéis junto a mí con las manos en alto
aquél momento de mi eterna despedida,
poned en mis manos una lágrima por todo llanto,
aquella que se arranca del alma encendida.
Que se iluminen los cielos y mi calor peregrino
se abra en flor extendida hacia el infinito.
¡Oh, Dios!. Liberadme de este miedo que cultivo
y no es tanto a desaparecer devorado por tierra y frío,
como a que una vez que el viaje haya partido
sea olvidada mi ausencia, y vano mi paso peregrino.
Ángel Alberto Cuesta Martín.