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AMAR, AMAR, AMAR...

Amar, amar, amar,
amar también es sacrificio,
cuando arriba un «hasta siempre»,
cuando el amor se mantiene prófugo
y se transforma en estrellas,
las que rutilantes no se dejan alcanzar
desde el céfiro, el que sólo deja sus caricias
sobre la frente
y el éxtasis en el beso de las flores
que se visten con recato.

Amar en la distancia
es un sacrificio
y casi un dolor, pero es apacible,
en el cual se añora
pero sin beber la tetricidad.

Sacrificio como abnegación…
un permitirse el desangrarse
tras el desapego de quien se ama
para cederle plenitud,
esa que no halló a nuestro lado.

No, malestar no.

Apacible es la libación de añoranza
que siendo acre se conserva, tan inolvidable,
que por amor
se le permite volar
al ser que cree encontrar la felicidad
en otro sitio.

No, dolor como maldición, no.

Queda la añoranza y esperanza
de hallar la unión, mutuamente
permitiéndose esta después del delirio en su trance.

Sí, el amor:
que inefablemente, indefiniblemente...
me libera, me alegra
y me da felicidad...
que libero, que alegro
y hago feliz,
que me permite dejar ir
aunque eso me duele
pero me arropo en la túnica de esperanza.

Sí, aunque este dolor no viene del amor
sino por un acto de amor,
es un trance… dolor en su actualidad
y es un acto que ofrezco en sacrificio,
que brindo como ofrenda,
que entrego en holocausto…