Miguel Ángel Miguélez

Había una rosa... (octavillas, ejercicio de la hermandad)

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Había una rosa

 

detrás de la tapia.

 

Tenía, a la sombra,

 

tres gotas de nácar.

 

Pasó un jardinero,

 

tijeras en mano,

 

le dijo: ¡Te tengo!

 

Cortó por el tallo.

 

 

 

La rosa, despierta,

 

sentía morir

 

su ser, su belleza,

 

de un tajo tan ruin.

 

Ya nunca lozana,

 

marchita en la tumba

 

que, a golpes, le arranca

 

su luz y fortuna.

 

 

 

Aquel asesino

 

quemó los deseos,

 

perdió los estribos,

 

y fue su tormento.

 

Y la pobre llora,

 

sin culpa ni voz,

 

yace en una fosa

 

rota de dolor.

 

 

 

Dolor de vecinos,

 

dolor de familia,

 

pero nadie quiso

 

saber de la niña

 

hasta que fue tarde

 

y hallaron su cuerpo,

 

cubierto de sangre,

 

en un agujero.

 

 

 

 

 

¡Ya basta de muertes

 

en toda la Tierra!

 

¡Basta de mujeres

 

muertas por violencia!