Había una rosa
detrás de la tapia.
Tenía, a la sombra,
tres gotas de nácar.
Pasó un jardinero,
tijeras en mano,
le dijo: ¡Te tengo!
Cortó por el tallo.
La rosa, despierta,
sentía morir
su ser, su belleza,
de un tajo tan ruin.
Ya nunca lozana,
marchita en la tumba
que, a golpes, le arranca
su luz y fortuna.
Aquel asesino
quemó los deseos,
perdió los estribos,
y fue su tormento.
Y la pobre llora,
sin culpa ni voz,
yace en una fosa
rota de dolor.
Dolor de vecinos,
dolor de familia,
pero nadie quiso
saber de la niña
hasta que fue tarde
y hallaron su cuerpo,
cubierto de sangre,
en un agujero.
¡Ya basta de muertes
en toda la Tierra!
¡Basta de mujeres
muertas por violencia!