No supiste vivir sino
en la fiebre de ti mismo,
o en la de otros. Como
en la fragua de Vulcano
velazqueña, el fuego aún
quema tus párpados, tras
el impacto de un sol como
dibujado. Tatuada está tu frente,
de soles y viñedos interminables,
de vinos escurridizos
que añadían a tu vida, la vida
de la tierra. En ti el amor imperdonable
hacia las letras, buscó
alternativas de medrar y de realizarse.
Y fuiste buscando, tú también,
amores y sangre en las venas.
En la tierra, frecuentemente
tan de ellos llena, escogiste
tu refugio entre la maleza.
Viviste, fue tuyo por instantes,
el corazón voluble de la vida.
Ahora ya, descompasado, andas
cabizbajo y humilde, con alas desplegadas
hacia ninguna parte; todavía,
como esperando-.
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