Andan por las calles anchas, como perdidos,
y llegan a las esquinas donde uno se topa
con la gente y su andar ciego.
Los callejones yacen dormidos en su pereza
y de los balcones
caen desmayadas las suculentas,
y ellos siguen,
andan con la prisa enroscada en las piernas
y una pesadez sin sonido.
Sucede que hoy amanecieron siendo
un poco menos que nada,
por ello buscan el amparo,
el refugio en las hojas primeras de este otoño,
pero el desamparo agita sus crueles párpados,
llega con su airecillo de muerte
a soplarles la piel enjuta y pobre.
Y ellos siguen, siguen su rumbo
sin saber lo que pisan,
ya sean hojas difuntas
o lluvia pegada al suelo:
van arrastrándose siempre
con su movimiento ceremonial sobre el lodo,
tal vez extraviados, como hijos nacidos
del vientre pegajoso de la inercia.
No hay más qué decir
en este cementerio de palabras muertas,
solo que a veces mis pies tristes llegan,
cansados y sin alma,
a maldecir entre uñas.