La mueca consternada del mecánico
peleando con la rosca ya pasada,
a chicharrazos…
Piedra maldita en su alquimia plutónica,
que descarriló de mi cuneta
extirpó goma,
melló llanta
torció eje
Un quejido de metal erizó el aire,
nebulosa, gas sarín en agonía.
Sin saberlo,
me moría.
La mosca perezosa
posada en el espejo.
Espuma bien batida
en los ojos de otro ser.
Se acercaron diligentes, en código de honor
las navajas plateadas, sangre por traición.
Descargué mi desfibrilador en esa tarde,
carbonizó las anatomías más prematuras,
sin tiempo de drenar el estertor.
Colapsó
la eternidad del duende verde.
Su voz elevada en la zozobra
ventiló el hechizo de su maña
quedando sólo un esqueleto
de la terapia de choque putrefacta.
Un incendio se ensañaba
devorando
sus vigas maestras.
Pirolizada en un tornado
embutido en la razón.
En sus manos,
deflagración.
Yo, peluche sin relleno,
una flama, de lejos me secó.
La escopeta acertó por la culata,
el cuatrero en su trampa
se enterró.
Ciego, sin bastón ni lazarillo
entre medias
de una cimentación.
Mudo, pella atravesada
por agujas de hilvanar.
Saliva que rechaza a su lengua
por pesar.
Insensible, esparto de alpargatas,
metralla de un caos de puntapiés.
La explosión de un polvorín.
Loco, la secuela de su llanto
que robó el Grammy a las sirenas.
Oído y gusto reclutados.
La obligación, padecer hasta el final.
Los maderos…la fragata aniquilada,
flotando en el llanto del adiós.
Naufragado, cerré al fin los ojos,
agotados.
El torrente en la corriente,
en su capricho
me encontró.
Su playa mansa me arropó,
la última ola que arrancó su furia
al temporal.
Una ribera de agua fresca, sol y sombra,
fruta dulce y pan, el edredón de su figura,
una terma de perdón.
Ya no quiero más mi barco,
ya no hay tierra a conquistar,
salvo el fondo.
Los cañones…
Asilo, remanso y paz
para pulpos, langostas y morenas.
Que los manjares pueblen
el encalladero de su amor.
Abrigo fuera del mapa
de toda civilización,
coordenadas sin lógica
en las cartas de navegación.
Si tengo frío, me caliento
en sus soles
vigilantes.
Si tengo sueño, duermo
en su tripa
de algodón.
Si hay hambre, me alimento
de su fruta
reina del vergel.
Si estoy triste, que no puedo,
me rescata con sus besos
de miel.
¿Quién querría irse
de un lugar donde regalan
volver a ser un animal?