Ya con poco que decir,
sostenido a duras penas
por esas mismas penas
que en ti, y sin quererlo,
acumulas, y sin pretender,
a tu alrededor, esparces,
déjate llorar y crepitar
entorno al fuego de la tarde;
aquel que, sin ir más lejos,
se cumplía con exactitud
al acaecer sobre tu piel
el reflejo de las duras montañas
que antes amabas y ahora
con tanta razón desprecias.
Qué importa si los demás
te entienden o no? Crea
sin cesar, como en la bíblica torre,
nuevos idiomas, para ti mismo,
cónclaves de fórmulas.
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