Llegaban las sombras de la noche
y las ropas caían presurosas
por ardores más ardientes
que la noche, que también ardía.
La piel en concordancia parecía
querer terminar con ese fuego
que se llevaba la inocencia
y en convulsos movimientos se movía.
La carne buscaba en su memoria
pero no recordaba tal vehemencia,
que sólo cedió en sus urgencias
tras ser amada por un alegórico puñal.
Era el campo y desde el corral se oía
en la quietud del silencio
el relincho de una yegua.
De mi libro “De mis últimas letras”. 2020 ISBN 978-729-540-5