El agua, a veces, quiere ser aurora
y sueña con el mar de la mañana
en un compás eterno que desgrana
el tiempo de su ser, que se evapora.
Asciende, poco a poco, sin demora,
en rosas, en azules, en la vana
idea de alcanzar la luz arcana
que todo lo ilumina y lo devora.
Se acerca a las estrellas, toca el cielo
apenas un instante, una caricia
que cubre el nuevo sol con suave celo
pues, tímida, en silencio, en su rubor,
desciende y cae a tierra. Así reinicia
los ciclos de la vida y del amor.