Era plácido el día,
ambicionaba el sosiego,
la perdurable frescura de los campos,
el murmullo de las plantas.
Era apacible el día,
una brisa suave acaricia mi rostro,
mece mis cabellos canos,
como acunando mis sueños,
los mismos que se humectan en invierno,
con la grácil lluvia que escarchó los prados.
Sueño, humilde y sumiso,
con el niño que corrió descalzo,
y la rosa que atavió los campos,
mansamente silenciosa,
callada, exuberante,
extasiándome mientras expira.
Una luciérnaga vuela como mi alma,
brilla, sobre la niebla y el crepúsculo,
Iluminando mis pensamientos,
con su voz dulce resonando en mis oídos,
todo es externo, todo es efímero,
todo es esencia si lo amas en espíritu.
Era plácido el día, más allá de mi alma,
retorna a mis ojos la cósmica venda,
infinita inmensidad o abisal profundidad,
solo soy un huésped de este mundo terrenal,
donde se nace, vive y al final se muere,
donde el silencio es altar,
y el corazón soledad,
donde es válido implorar,
misericordia y libertad.
El día y los campos, rumorean con los astros,
dicen que padezco la mayor locura,
de volar con los pájaros,
y hablar con las flores,
mientras yo continúo soñando,
que la greda tiene su cabello cano,
y un día abrirá la era para recibir mis restos,
para germinar en versos,
y brotar en cantos.