Sobre el dulce aliento de tu boca,
donde las delgadas líneas de tus labios
entrelazan palabras y suspiros,
una voz llega de pronto a mí
y las ansias no se calman
y te sigo solo con la mirada.
Tú me hablas en un lenguaje
tan astronómico,
que los océanos parecen
no tocar orillas
y una marejada constante
me azota el corazón.
Tú me haces estremecer,
mientras habitas
las ansiosas manzanas
del paraíso terrenal.
Llena de lluvias
y tupidas arqueologías
de flores vivas,
me interrogas con mil miradas
y como un niño
en medio de la noche,
te observo como un astrónomo,
que busca el polo final
del polvo cósmico.
Seducida por la juventud,
caminas cadenciosamente
por las espesuras de los horizontes,
que los marinos le robaron al verano,
y cantas las canciones de amor,
con la gracia de los autores del universo,
que con sus melodías hicieron
que este mundo tuviera una música
para cada pasión…para cada dolor.
Sé que yo no te merezco,
porque no provengo
de las estelares miradas de un dios
que te engendró con una belleza colosal,
que llevas graciosamente
y que a veces me mira
con la indiferencia de los rosales en primavera,
aquellos que compiten
con el candor de tu trinchera sexual,
que hace que se inventen otros mundos
más allá de mi banal vida citadina.
Deduzco al final de este año,
que me amaras
hasta que agotes todo tu candor en mí;
hasta que los violines del hemisferio norte
lleguen con una partida
de caballeros somnolientos
y te lleven al espacio sideral,
donde reinaras
pensando en la primavera del sur
y en los mágicos mundos
que empezaste a inventar,
cuando en cierto momento
anidaste en mi corazón.
Llegas tarde a cumplir mis sueños,
porque no alcanzo la altura de tus pechos
y tu mirada sigue inventado otros amaneceres.
Me quedo en tus rodillas
como un perro, que mira a la luna
y especula con un sueño imposible.
Se que eres inalcanzable
y por tu boca emanan las voces
que en cierto momento hablan
un lenguaje tan desconocido para mí,
que toda mi dicha se convierte en cenizas,
que el viento arrastra a los confines de la tristeza,
donde una lagrima tiñe el firmamento
de un opaco sueño, que no alcanza
la altura de tus estrellas.