Alberto Escobar

Otra vez...

 

La democracia convive con la delincuencia como el arcoíris con los colores. La esencia de la democracia es el pacto con la delincuencia. La esencia de la risa es el contenido crítico que contiene. En una sociedad perfecta no hay nada de lo que reírse.  Solo toleran la risa aquellos que están por encima de sus consecuencias. Al poder solo se le puede seducir, burlar o vencer, y lo que hace la risa es enfrentarse al poder con las burlas, no con las veras. Las religiones se toman la risa en serio. 
—según le escuché a Jesús Maestro en un vídeo.

 

 

Habré oído alguna vez, no con seguridad, que las democracias actuales, aquellas que se
hacen llamar socialdemócratas, son un repartirse una tarta en secreto sin que se enteren
los que la han comprado, y que, una vez comida hasta sus migajas en total avenencia,
simulan enfadarse, discutir, enemistarse, siempre delante de ellos, para que entretenidos,
y desviados de lo importante al modo como lo hace un prestidigitador, fijen su atención
en aquello que, careciendo de mayor importancia, interesa a los que se la han comido. 
Si lo que nos concierne es centrarnos en nuestras vidas para descentrarnos en la de todos,
la democracia, creo, ofrece el caldo de cultivo necesario para asegurar una serenidad,
aunque sea aparente, pero suficiente para no tener que pensar en lo público y dejar el 
camino franco a quienes sí quieren medrar, o hacer de ello una profesión, un sustento. 
En cuanto a lo de tomarse en serio la risa, a Facebook, Instagrám, y a otras redes me remito.
En Twiter, que me da que es la favorita de los más populares, y amparándose en lo invisible
del anonimato, es diaria la intolerancia hacia cualquier actuación pública que no comulgue
con los catecismos del ofendido. Es ese anonimato, me parece, la madre del cordero.
Si se vieran las caras entre ellos, hablando de lo mismo y lo mismo, las reacciones verbales
serían otras, lo aseguro, porque cuando ves al interlocutor y este te ve y puede interactuar
contigo, la cortesía, la humanidad, y la discreción afloran como por ensalmo. 
A quien aspira al poder, y quien lo ejerce, no puede soportar, o lo hace de mala gana,
el poder omnímodo y relativizante que tiene el humor, con el que se dice más y se daña
menos por su apariencia edulcorante, aunque con el ácido guardado en el corazón del
caramelito que, a modo de grajea, suele expenderse por las calles, redes, tabernas...
Hoy no tengo ganas de poemizar, sí de polemizar. No tengo el ánimo suficiente. 
Acaba de llamarme la casera del piso en que vivo informándome de que ha sido vendido.
Otra vez a buscar, otra nueva aventura...
Deseadme suerte.