Ya ni pienso
lo que vivo
yo cautivo
de tu piel,
cuando cubre
la cortina
cada esquina
del vergel,
que te viste
y engalana,
de mañana,
con mi sed
de beberte
cada día
tu ambrosía
a merced
de las ansias
de mi boca,
de la loca
sensación
que tu cuerpo
me provoca,
pues trastoca
la razón.
Son dos mares
tus espejos
de reflejos
en azur
que me miran
insinuantes,
navegantes
rumbo al sur.
Son tus pechos
las palomas
con que tomas
de mi mies
la cosecha
de caricias
como albricias
a tus pies.
Y en tu rostro
se figura
la hermosura
celestial
donde pierdo
todo centro
de este encuentro
sin final.
Soy devoto
de la luna
que te acuna
junto a mí
y le imploro
cada noche
que derroche
sobre ti
una aurora
nacarada,
irisada
de marfil,
que te bese
complaciente
suavemente
de perfil,
con la magia
cosmológica,
siempre ilógica
ilusión
que se muestra
tras tus ojos
con arrojos
de pasión.
¡Que corone
cada rosa
de mi diosa
su esplendor
con fragancias
que sublimen
y la animen
al amor!
¡Que prosigan
mis delirios
y tus lirios
puedan ver
que te vivo,
que te quiero,
que te espero
florecer!