En aquel puente
dejamos las promesas
en dos candados.
Fueron testigos
del acto, tan sencillo,
de nuestro amor.
Y se quedaron
en una barandilla
de cara al viento.
Mientras, nosotros,
volvimos a la vida
y al día a día.
Pasaron años,
y en ellos mil sucesos
que nos cambiaron.
Pero un buen día
al puente regresamos
sin proponerlo.
Allí encontramos
las huellas de un pasado
con cicatrices.
No entraban llaves,
que hubieran liberado
tanta agonía.
Y se miraron
tus ojos y los míos
muy resignados.
Porque el amor
fundido y, sin palabras,
allí dormía.
Rafael Sánchez Ortega ©
05/03/23