Miguel Ángel Miguélez
Hambre de quimeras
Hablemos pues, humano
que piensas que tu anhelo de poeta
harate fuego arcano
y, enfermo tras tu meta,
asumes lo que dicta esta receta
cubierta de cristales
que clava el gris dolor de su saeta
directa a tus umbrales
en cáustica silueta
de sombras, que se humillan a una grieta.
Del hueco entre los dientes
se eleva como abismo la inclemencia
letal de las serpientes
que, a lenguas de violencia,
ardientes van sajando la existencia.
Y tu hambre de quimeras
desea al fin volver a ver un día
sin carne de rameras,
sin armas ni agonía,
con sangre que palpite en sintonía.
Mas del cielo te caes
por momentos, y observas las tristezas
que a la noche nos traes:
Pedazos de certezas
que se fugan del sueño en que tropiezas.
Hablemos de aquel hombre
que nunca venderá su sentimiento,
aun se olvide su nombre,
llevado por el viento
que aúlla en estertores de tormento.
Conoce cuanto pisa,
escarba en cada surco con la azada
y siente que, en la brisa,
se esconden la estocada
y el tacto de una tierra enamorada.
El agua de la noria;
el brote y su medrar cada mañana
son tránsito sin gloria
del pobre, que se ufana
en dar, de su sudor, amor y grana.
Escucha los residuos
escurrirse a las faldas de la luna,
donde unos individuos,
pensando en su fortuna,
hicieron de sus vientres la tribuna
para desposeerlo
de todo lo que fuera un día suyo,
vendiendo al estraperlo
el trigo a tal que el yuyo
y el predio por un precio en que no intuyo
que se pueda vivir
por el nulo valor con que acaricia
lo indigno, y consentir
que muera la justicia
en manos del poder y su inmundicia.
Caterva de cemento,
cadáveres que comen de la nada
el resto fraudulento,
mientras la muerte horada
su estómago vacío otra jornada.
Entonces te despiertas
del sueño en un rumor de alcantarilla,
al miedo y sus ofertas,
al barco sin la quilla,
al sórdido vivir la pesadilla.
Entonces nace un verso
parido en rabia y furia, que acometa
anverso a lo perverso
a sangre ultravioleta.
Y entonces lo comprendes... ¡Oh, poeta!