Vivía en un mundo inconstante,
entre sueños centellantes,
y oscuridades perversas,
rastreando en vano la esperanza,
esperando vacío la nostalgia,
bajo cielos de oscuridades inesperadas,
y noches de súbitos resplandeceres.
Vivía sin abrir la puerta,
a sordas, deliberadamente,
con la mirada retrocediendo constantemente,
como si la sangre no alcanzara para ir al frente,
y el faro no iluminara el insondable mar,
que se unía al prevenido horizonte,
con un beso de temor y pánico.
De pronto, alguien abre la puerta,
y despiertan los sueños,
la luz ilumina campos infinitos,
el viento regresa disolviendo la niebla,
y la mirada descubre con asombro la vida que espera.
Alguien vestido de amor y carne,
resucita la palabra meticulosa,
haciendo renacer la caricia,
con la verdad irrefutable de un beso,
y el roce irrebatible de la mano en el pecho.
Ese alguien pulveriza la sequía,
con la humedad que brota de su vientre,
como lluvia suave de la mañana,
con su canto de ilusión y entrega,
exaltando la ofrenda que florece,
entre el limbo de asombro y sacrificio.
Estoy aquí, aceptando un nuevo mundo iluminado,
de los sueños acunados por estrellas,
donde la cruel soledad desaparece,
con la savia vital que está en tu vientre,
Alguien se atrevió desde su esencia,
a fecundar el amor y la ternura.
Alguien convirtió la matriz en un milagro,
para cambiar de mujer a madre fértil,
y transformar mi vejez a vida nueva,
con la palabra que escribe un nuevo diario,
Darío.