Lourdes Aguilar

CELESTE

“La sueño cuando estoy en altamar, mirando la profundad oscuridad, “como es arriba es abajo” y si tantos ojos nos miran desde arriba, quizás, de los miles que hay abajo, los suyos me buscan como a ti…”

No tendría yo más de doce años cuando todo ocurrió, rememoro el pueblo donde viví, las campanas de la iglesia, los patios empedrados siempre frescos gracias a la cantidad de árboles que crecían, la plaza bulliciosa por las tardes, salpicados de color y de fragancias deliciosas, el olor a tierra después de las lluvias por donde corría descalzo detrás de una llanta con mis amigos, las excursiones al río que se divisaba a lo lejos y cuyo camino era acortado por la gran presa, cómo recuerdo la impresión que me causaba ver tal cantidad de agua mientras me la imaginaba llena de tiburones y ballenas, el río y la presa nos proveían alimento y diversión aunque yo era lo suficientemente prudente o cobarde para no alejarme más allá de su ribera pues su corriente era peligrosa y en ocasiones hubo incidentes que lamentar; recuerdo con alegría mis travesuras solas o acompañadas por mis hermanos o amigos, sí, tuve una niñez  intensa y una pubertad extraordinaria marcada en sus inicios por la ninfa, sí, una criatura fantástica que trajo en una ocasión una feria ambulante y que anunciaban con gran pompa como la sirenita, pero no, no era una sirenita, el dueño de la feria la guardaba muy celosamente y cobraba una barbaridad por contemplarla, nosotros, niños todavía, por supuesto estábamos descartados para ver esa maravilla, los comentarios eran de lo más diversos y mii curiosidad se acrecentó al grado de vigilar cuidadosamente la distribución de los puestos y la rutina de los empleados, y una vez detectado el lugar un punto por donde podría penetrar a la hora adecuada, consumé mi hazaña un lunes por la noche, escabulléndome  sigilosamente hasta la tienda de los fenómenos y allí me arrastré por detrás de una cortina que separaba a la famosa sirenita de las demás criaturas; permanecí escondido, a unos dos metros del tanque de cristal donde la tenían, había poca gente ese día, y solo unos cuantos podían darse el lujo de entrar por lo cual  pude ver una niñita de unos ocho años, muy delgada y pálida, con un tono de piel más bien azulado, su cabello era de un negro opaco, sus ojos almendrados miraban azorados a los curiosos que se pegaban al cristal, su única vestimenta era un trajecito de baño descolorido, el agua la cubría completamente por lo que definitivamente podía respirar en ella, en algún momento, el encargado, argumentando acerca de la veracidad del fenómeno la jaló del cabello para sacarla del tanque y con brusquedad le estiró el brazo al tiempo que le abría la palma de la mano ante el incrédulo, entonces éste tocaba y pellizcaba sin recato a la criatura, mientras ella se agitaba e intentaba morder, no emitía más que gemidos y al abrir la boca pude ver que sus dientes eran muy pequeños y amarillentos, en esos momentos sentí pena, pues soy sentimental por naturaleza y me dolió la actitud grosera del encargado mientras ella trataba de zafarse, me aguanté a duras penas las ganas de saltarle encima aunque me estrellara contra la carpa de un manotazo, lo único viable era intentar consolarla.

“Cuánto tristeza puede caber en una mirada, cuánto dolor puede soportar un cuerpo, pero ahora en los abismos eres feliz y tu cuerpo que sin malicia toqué ha florecido…”

  De lejos la criatura podría pasar como una niña cualquiera, pero al acercarse se le notaba el tono azulado de su piel. Sus ojos almendrados sin pestañas, sus orejas parecían delgadas aletas y sus manos y pies eran largos, cuyos dedos estaban unidos por una fina membrana; yo, bien acurrucado en mi escondite escuchaba al encargado recitando su perorata: que habían encontrado a la sirenita en una laguna de Oaxaca, enredada en una red, que la alimentaban con camarón seco, que era muy sensible al sol, además agregaba que en las noches de luna cantaba siempre y cuando nadie la viera; la gente oía asombrada e incluso hubo alguno dispuesto a venir en la noche para comprobar lo del canto, pero aún faltaban varios días para que la luna fuera llena, por lo que el encargado los invitó especialmente ese día para que estuvieran afuera de la tienda, a las once de la noche con su respectivo pago que incluiría poder espiarla desde una cortina, pues era un ser muy tímido y seguramente no lo haría al verse rodeada de gente; después de un largo rato en el que estuvieron entrando y saliendo algunos grupos decidí que lo más prudente rodear el tanque para quedar exactamente detrás, acostado de pecho, con un costal vacío sobre mí y de esa manera pasar desapercibido, así que me fui arrastrando como serpiente, silenciosamente, aprovechando los momentos en que la tienda quedaba vacía para acercarme poco a poco, la criatura por su parte seguía mis movimientos mientras quienes entraban y salían ni cuenta se dieron; una vez que logré colocarme donde deseaba ella se me acercó mirándome recelosa, yo me puse nervioso tanto por su desconfianza como porque al hacerlo podría atraer la atención de alguien, pero afortunadamente, al darse cuenta de que yo no representaba peligro giró y se sentó de espaldas con lo cual me ayudó a ocultarme mejor, y salvo el suplicio que representaba para ella que la estuvieran pellizcando y exhibiendo siempre regresaba al mismo sitio,  lo cual yo aprovechaba para tocar suavemente el cristal y tratar de hacerle sentir que me dolía que la maltrataran, que deseaba que algún día pudiera escapar y que vendría cada vez que pudiera; durante las exhibiciones pude apreciarla mejor y supe que su piel era delgada, recubierta de finas escamas en lugar de poros, su cabello era ralo y corto, las orejas eran pequeños radares con un pequeño orificio en medio, por nariz tenía una protuberancia alargada cuyas fosas resaltaban sobre la boca corta, sin labios, sus ojos eran de un azul oscuro, intenso, que dividía la luz como si se tratara de un prisma, con el tiempo aprendí a conocer su lenguaje, eran un espejo de sentimientos que decían tanto sin necesidad de palabras, su porte a pesar de la extrema delgadez era ágil y elegante, tuve tantas oportunidades de admirarlo que podía adivinarse la exquisita belleza que prometían al crecer, por querer grabármelo escama por escama no me di cuenta de que ya era muy tarde y debía volver a mi casa donde seguramente estarían preocupados, por más que se tratara de un pueblo tranquilo donde todos se conocían y por lo tanto nada grave pasaba, así que antes de escabullirme hacia afuera toqué levemente el tanque y le hice señas de despedida a la criatura que me miraba sin comprender.

“Dime a qué juegan las medusas, de qué se ríen los delfines, si la sangre y el odio de la superficie yya manchan los mares cómo logran ustedes sobrellevarlo?…”

Así pues regresé a mi casa corriendo lo cual no fue suficiente para salvarme de la reprimenda y los chancletazos que ocasionó mi ausencia de varias horas, y me amenazaron con prohibirme salir definitivamente si me atrevía a regresar otro día a la misma hora, pero eso no fue suficiente para apagar el ardiente deseo que tenía de volver a ver a la ninfa, incluso ya había buscado un nombre para ella: Celeste por el tono azulado de su piel, me parecía un nombre bonito, digno de una princesa y así, jugando me imaginé toda la noche de dónde provendría realmente, cómo sería su familia, su casa, con qué se divertían y tantas cosas por el estilo.

Mi visita se pospuso nada más un día, porque al siguiente, burlando la vigilancia de mis padres soborné a mi hermanito con golosinas para que no delatara mi fuga y me dirigí a la feria, ese día no fui a la escuela espiando la feria para saber en qué momentos dejaban la carpa de Celeste sola y me di cuenta de que si quería estar con ella debería faltar a cierta hora, durante el recreo y sobornar a mis amiguitos, inventar enfermedades o contratiempos, además de estudiar más para compensar las faltas, pero eso no me importaba, mi querida Celeste bien merecía el riesgo o el castigo así que durante los días siguientes era común que me doliera la cabeza, que mi mamá me llamara antes de la hora de salida, que sufriera diarreas, que mis amiguitos armaran relajo y no se percatara el maestro de mi fuga, inclusive a veces debía  acompañar a mi abuelo a la ciudad pues ya empezaba a perder la vista el pobrecito .

“He de encontrarte reina del mar, delirios pueblan mis noches y no me importa ahogarme si es tal el designio, toma mi manos, y así sumergidos, a un palacio o caverna tú lo decides”

No pude estar presente en las noches de luna cuando el encargado había citado a la gente para oír cantar a Celeste, sin embargo, desde mi catre creí oír esos cantos como arrullos e ingenuamente los creí dirigidos expresamente a mí, para propiciar mis sueños ya desde antes abarrotados de corales y peces, entonces me asomaba a la ventana y veía la luna redonda como si fuera un globo lleno de agua por donde Celeste buceaba persiguiendo medusas.

 Mi rutina era instalarme detrás del tanque de Celeste, que al principio me miraba sorprendida de verme nuevamente; siempre procuraba llevarle algo, la primera vez fue mazapán que le ofrecí por  encima del tanque, ella estiró tímidamente su brazo después de unos instantes de titubeo y al hacerlo yo tomé con delicadeza su mano, besándola como hacen los galanes en las películas antiguas, a través de su piel fría y pálida, marcada por pequeños moretones y arañazos, pude ver sus venas vibrando, su mirada recelosa , pude sentir mis ojos húmedos, pues deseaba con toda mi alma que algún día fuera libre y me sentía impotente por no poderla ayudar, correspondía mi mirada y poco a poco comenzó a sonreír, tomó el mazapán y lo estudió detenidamente, luego lo probó con su lengua y lo fue mordisqueando lentamente, sin mirarme, mientras yo le decía que vendría lo más seguido posible, que ella era una niña hermosa y que encontraría la manera de sacarla de aquélla pecera.

 Otros días, le platicaba lo que hacíamos en la escuela, le mostraba dibujos, juguetes, mi vida en la familia y aunque ella no hablaba, me di cuenta de que sí emitía ciertos silbidos, como cuando se trata de sintonizar una estación de radio, dichos sonidos me bastaban para imaginarme que me contaba de su mundo, de sus palacios de cristal, sus juegos entre abismos submarinos, sus excursiones tomada de la aleta de una ballena, sus casas cavadas entre las rocas, sus bosques de algas, los cardúmenes de peces, la luz proveniente de conchas abiertas donde brillaban perlas, sí, todo eso abarrotaba mis noches y en más de una ocasión le dediqué versos cursis que leía con propiedad de gran orador al pie de su tanque. Otras veces hablaba de mi miedo a la presa, al terror que me daba caer y morirme ahogado, de lo bien que me hacía verla respirar en ella, de mis proyectos al crecer, del cariño que sentía por mi pueblo con sus valles y mi deseo de protegerlos de alguna manera, sería guardabosques tal vez, o agricultor para sembrar tal cantidad de maíz que habría incluso hasta para alimentar a los peces del río; Celeste se acostumbró a verme y cuando llegaba a verla siempre la encontraba ya, pegada a tanque, con una amplia sonrisa, lista para devorar las golosinas, las tortitas de papa o las bolitas de masa con cacao que preparaba mi abuela, escuchar mis versos tontos o simplemente dejarme hablar;  en mis delirios me creía ser grande y fuerte para sacar a patadas al encargado que la maltrataba, romper el tanque de un puñetazo, envolver a Celeste en una manta empapada y correr con ella abrazándola de un lado y en la espalda cargando un garrafón de agua para darle de beber mientras llegábamos a la presa, a donde la aventaría después de besarla en la mejilla y así, verla alejarse, brincando como un delfín, o llegar al circo con mi banda de amigos en bicicleta y mientras ellos amordazaban a los trabajadores yo subía su tanque a una plataforma de madera y la arrastraba bien atada a mi bicicleta hasta el río, ahí nos despediríamos como viejos amigos  mientras un gran pez salía del agua, esperándola y entonces ella se montaría y desaparecería de la superficie,  ésos eran mis sueños, pero quién iba a decir que bien pronto la hazaña la haría ella por mí.

¿Tienes, para mí todavía un recuerdo? Un sabor dulce , una caricia presa entre las membranas de tus dedos?

Mis visitas no despertaron más que complicidad de mis compañeros, suspicacias en mi madre y diversión en los vecinos, ciertamente Celeste había influenciado en mi carácter, era más estudioso pero igualmente distraído, todos creían que alguna chica me había embrujado con sus encantos y no me hicieron caso, incluso celebraban mis olvidos y distracciones con toda clase de bromas, qué lejos estaban de adivinar que mi mente la ocupaba una quimera, un ser de fábula que me hacía vivir en otro mundo, un mundo tan inmenso y bello como el terrestre, Celeste afloró en mí desde entonces mi nobleza, mi rebelión ante la injusticia y la depredación de mis congéneres, sí, tuve mis momentos de rencor pero al final su sola existencia comprobaba que el rencor no solucionaba los problemas de quien se ama y al verla me conmovía que en su desgracia siempre fuera feliz al verme y escucharme.

Mi pueblo está al borde de una colina, y unos kilómetros atrás está la presa que corta el paso del abrupto río, las constantes lluvias y el mal estado de la estructura ocasionaron el desastre, todo empezó con un trueno lejano, como una explosión, era muy temprano y apenas nos estábamos levantando para ir a la escuela, entonces se empezaron a oír los gritos y un ruido muy fuerte, un derrumbre, vi salir a mi mamá y entrar desesperadamente, abrazar a mi hermana menor y nada más, mi casa era de barro  de un solo piso y fue arrasada rápidamente, sólo recuerdo una sucesión de golpes, el agua que entraba por mis pulmones y la sensación de pánico, todo estaba oscuro y por más que movía mis brazos no lograba salir a flote, entonces, cuando, vencido por el cansancio dejé de bracear sentí el contacto de una piel fría que me rodeaba y me transportaba rápidamente por un laberinto de obstáculos, mis pulmones a punto de estallar me dolieron al recibir por fin una bocanada de aire, la corriente era muy fuerte y peligrosa, rememorando ahora a la pequeña Celeste, frágil y pálida, me parece increíble que hubiera sido capaz de moverse con tanto vigor, de esquivar con tal precisión cuantos peligrosos objetos cruzaban velozmente, arrastrados por la corriente; Celeste no me soltó hasta que encontró piso firme para dejarme, el panorama era desolador, pero para alguien que estuvo en el umbral de la muerte eso ya no importaba, con la poca fuerza que me quedaba la estreché temblando, estaba al mismo tiempo asustado por la inminente despedida pero igualmente feliz de saberla libre, estaba sucia y agitada por el esfuerzo, la besé repetidas veces dándole las gracias y jurándole que nunca la olvidaría hasta que el cansancio y el dolor me derrumbaron, antes de cerrar los ojos pude ver el bello prima de su pupila llena de luz, repartida  y destellando plenamente, sentí sus dedos presionando mi pecho para sacar el agua que absorbieron y después…

“Ten compasión de mi, náufrago soy en la tierra, en el mar tú eres mi mundo, en pos de ti largo viento hincha mi alma que con gusto desaparecería por contemplar otra vez ese prisma…”

Perdí a mi abuelo y una hermana durante la inundación, debimos reconstruir nuestro hogar al igual que mis vecinos, llorar con ellos nuestros muertos, no fue fácil, los primeros días estaba como sonámbulo, entre el agradecimiento y el rencor, el cual finalmente cedió al primero gracias a Celeste, mi pánico al río menguó drásticamente y aprendí a amarlo a pesar de sus peligros; hoy, marcado por esa increíble experiencia soy biólogo y me especializo en estudios marinos, tanto por vocación como porque algún día sueño con volver a encontrar a Celeste, decirle con orgullo que soy un hombre útil que decidió ocuparse por el bienestar de nuestros cuerpos de agua, su hogar, en donde seguramente habrá crecido y será ahora una hermosa ninfa, pero para mí será siempre la niña del mar, mi héroe, mi prisma.