Madre...
Con tus manos de tierra y avellana.
Con tus ojos de huerta florecida
por los que se enhebran, una a una,
las lágrimas del tiempo
en el beso amargo de la vida.
Con tu andar tranquilo como un bosque
donde las hojas invitan a la siesta
y entrar en ese sueño en el que todo es posible.
Hasta el recuperar, por un instante,
todo lo perdido
y lo dejado en el camino.
En tu voz es, todo el viento,
el murmullo de las cosas verdaderas.
El universo se extingue
y tú te yergues.
Ante la adversidad eres remanso.
Fluyes armoniosa
sobre la luz, bajo la oscuridad
y, en el misterio del silencio,
alzas serena la voz,
y la escucho, ahora como nunca,
tras del desgarro con que me viste
por primera vez,
como si el final de todo esto
fuera, por ti,
principio diferente
de mi ser.
¿¡Cómo!, !Cuánto!
No iba a agradecer...?
Todo lo serás, para mí,
por siempre.
Madre...