Se dice que Safo tenía un carro
tirado por gorriones.
—Lenguas de doble filo.
Safo, poséeme.
Lléname de la flor de tu verbo,
secuénciame con la varita mágica
de tu talento y conviérteme en ave
migratoria, en un ser sin consciencia.
Déjame sin sentido de lo correcto, al son
de una brisa de lluvia que se levantara,
que anunciara su devastadora aguada,
su repentino diluvio.
Tú, con la lira en tu regazo,
me regalas el olvido, el suspenso
de no pensar en lo trascendente,
en lo que frunce el ceño, sombra
que se cierne sobre mi mente, negritud.
Llévame a un reino, allá en Lesbos,
donde los acantilados dibujen quimeras,
donde el golpe seco del mar tenga
consecuencias, donde tu mirada sea ley.
Quiero sentir allí, donde me lleves, el roce
de una casualidad cuando se cumple,
llenarme de ella cuando se va gestando, cuando
más pura es su esencia, la cáscara que la envuelve.
Llévame, querida musa, de la mano, unidos
como clavo ardiendo, al reino donde nada importa.
Llévame, y que al llevarme note sobre mi cara
el azote de tu pelo negro, ensortijado, navegando
sobre esa brisa marina que tanto anhelas, ese vuelo.
Safo, amor mío, poséeme hasta en el más ínfimo
de mis significados, hasta ese punto de no retorno
que solo posee la magia, a tu lado.
Te sigo esperando, quieto, sobre la enea blanca
de esta silla. Te esperaba ya habitando el agua
bendita que me cobijaba antes de la eclosión.
Aquí, enhiesto delante de una pantalla pixelada
de enamoramiento y escarcha, de duda y silencio,
de un acíbar que lento, de mí se va apoderando.
Tenme en tus brazos, recítame despacio ese poema
que tanto me gusta, y que el son de tu lira y tu voz
sea un unísono digno de Zeus y su Parnaso.
Aquí sigo, siempre, al socaire de este impasse incierto,
caldo de cultivo de tu salsa, fuente de creación, recreo.
Aquí lo dejo. Cuando tengas tiempo
me dirás si he esculpido con justicia
la inspiración que me has prestado, y que poco a poco
te iré devolviendo.
Espérame siempre, la palabra es mi sangre, mi oxígeno, mi viento.