A la firme convicción de la roca, madurada en siglos,
sólo el agua puede persuadirla y cambiar su forma
y su destino en el fluir de aires.
Pero algunas no son acariciadas por ese frescor que lleva
a nuevas reflexiones y persisten en obstinación de tiempos
ya inexistentes… ya perdidos.
Mas mi mente, que es sólo fugaz paso, advierte que lo dúctil
es virtud a apreciar y que mis ojos, sin ser agua, pueden
ver luces y cambiar las formas cuando buscan
las certezas que en las nieblas develan el misterio.
Y me ensalzo en el ser hombre peregrino que camina
hasta la verdad eterna e inmutable.
De mi libro “De poemas que morían”. 2017 ISBN 978-987-4004-38-3