En la triste inmensidad de mis días,
me sorprendió la calidez de su sonrisa,
como si nada perturbara su interior, como si todo
su ser emanara paz y sosiego.
En esos días de tempestad arrolló con su voz mis largos silencios,
como un concierto en medio de la nada, como el canto del océano en medio de la noche.
Su alma tierna, perversamente y hermosa, conquistó mi afligido corazón,
su rostro de niño bueno y caricias de hombre salvaje hicieron temblar mis huesos de tanto sentir...
En días como estos disfruté de su presencia y sus ganas de quedarse aferrado a mi piel y a este sentimiento que quema y le da libertad.