En su cetro de auroras, animoso
mi compadre lloraba cada día,
como tigre cuando odia pronto al oso,
como perro entrenado en la jauría.
Cuán astucia de Miverva, el odioso
se condujo en su propia profesía,
mi compadre era necio y muy celoso,
mi compadre era toda poesía.
Una hija tuvo un día un nietecito
y del odio que tenía lo asfixió
¿qué sabía de rabia el pequeñito?
Pues toda culpa es la hija que perdió
y entre lunas, quemó todo, todito
aquel nieto que su hija le llevó.
Samuel Dixon