Tan sublime
fue el reencuentro,
que su brisa,
al pasar
los meses
y hasta hoy,
refresca
y estremece.
El amor vivido,
irradia intensidad
florido calor,
imborrable felicidad.
Sagrados momentos
adheridos a mi ser,
a mi cuerpo,
a mi oración,
a mi fe.
La hiedra del tiempo,
tupe el camino
de retos y afectos.
Lo fraterno flota
entre hijos,
hermanos y amigos,
dandole a la vida,
inobjetable sentido.
El plan minucioso
retrata la secuencia
de cada acción
que, sin desperdicio,
estampa la huella
del humano corazón.
El realismo del viento,
la sed vehemente,
y el hito del aliento
se hacen presente,
y se funden
por siempre.
Ninguna vivencia
es pasajera,
si el amor la llena.
Allí se anida,
nace, crece,
se desarrolla
y se hace
sempiterna