Llegó la hora, amor, de abrir con la coa de nuestros ancestros aborígenes huecos en la opima tierra, que no protestará, para sembrar las semillas que en pocos días brotarán gracias al agua limpia que hemos tomado del rico manantial de los sueños que sustentan nuestra realidad o que caerá del cielo cuando lloran las nubes.
Y llegará la hora prodigiosa del cultivo.
Y recogeremos regocijados, en los cestos que tú has elaborado con tus manos, toda magia, los frutos que hemos sembrado y cuidado cariñosamente.
Y la tierra de nuestro cercado ya no estará sola.
Y no tomaré más, amor de gracia lleno, la fruta del cercado ajeno, porque la cosecha será copiosa cual el agua del rio o del mar.