Hay que mezclarse con la tierra.
Y la tierra está formada de letras,
de cantos, de especies dilatadas,
de sobras ecuménicas, de reservas
forestales plagadas, intactas. Hay
que forjarse un nuevo apellido,
originar el milagro de una suave melodía,
arrinconando la pesadumbre gastada,
el descascarillado color amarillento
del mediodía. Hay que ser receptor
de luces, convocar la dicha, resplandecer
en un millar de arcenes, instar a lo fecundo,
borrar de un plumazo las direcciones.
En la tierra bautizarse, existir a partir
de ella, resistir entre sus altos retamales.
Instalarse en el complot rítmico
de un verso nocturno, devorar las sombras
que apaciguan, recalentar migajas.
Volver, salvajes, a las últimas cenas.
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