Ella necesitaba un cuerpo, solo quería eso, no pedía que la amara, no pedía que la abrazara, solo quería que la tocara.
Él sólo buscaba un cuerpo, no pedía que lo salvara, no pedía que lo amara, solo pedía que lo besara.
Él y ella se encontraron, se tocaron, se besaron, se abrazaron.
Ella dijo que amor nunca sentiría, ya que sólo algo pasajero sería.
Él no la cuestionó y rapidamente aceptó.
Dos cuerpos que al tocarse comenzaron a desearse,
dos almas que al unirse comenzaron a sentirse,
dos corazones rotos, que al escuchar el latido del otro comenzaron a cuestionarse.
Ella siempre huía porque a su corazón no le permitía latir.
Él siempre decía que su corazón no volvería a sufrir.
Ella comenzó a ser vulnerable pues a su lado se sentía muy confortable.
Él comenzó a asustarse pues no pretendía quedarse.
Tenían el acuerdo perfecto, ninguno quería volver a amar, ninguno tenía la intención de volverse a enamorar.
¡Vaya jugada del destino que los cruzó en el camino!
Dos mundos diferentes, dos corazones redolentes.
Eran dos cuerpos imperfectos que cuadraban de lo mas perfecto,
ambos tenían mucho amor por dar y en el fondo ambos se querían quedar,
pero el miedo a decir la verdad los llevó a permanecer en su infausta realidad.
No siempre gana el amor, a veces pesa más la desolación.
El miedo a perder gana muchas batallas, y esta no fué la excepción.