Quemé mis años
andando por caminos terrosos,
y embarcado en viajes a los bajos fondos
entre cenizas y lodos...
Durante mis pasos
sentía unos alargados tentáculos,
como ultramodernos,
que eran diablos de los nuevos infiernos...
Pero la voz de unos niños,
cual ángeles cantando desde los cielos,
a través de sus rezos,
me enseñaron colmados cerezos...
Y los dulces frutos,
me expandieron imágenes de ensueños,
ya por siempre en mis ojos,
del laboratorio celeste sin fin de Dios...