Lo peor ya sucedió;
lo mejor nos espera al fondo;
y, mientras tanto, podemos disfrutar
–si nos dejan–
de los paisajes, de los movimientos
y del cante jondo,
o podemos soñar
con otros colores imaginarios,
con otros paisajes desconocidos
y otros movimientos estacionarios
perennes en la perfección y en el olvido;
en espumas que se desvanecen
pero son tan reales como el pedrisco;
en nubes navegantes
en el azul del aire –que no es azul–
por el soplo del viento
que compensa la presión entre dos puntos,
puntos que algún día estarán difuntos,
aunque nunca hubieron nacido,
pues solo son sutiles referencias
de nuestra mente a lo desconocido,
pero si lo peor ya sucedió
¿por qué tanto suplicio?
¿por qué las bombas y los genocidios?
¿por qué la avaricia que viola novicios
y financia todos los vicios?
¿por qué la solidaridad está en entredicho?
¿por qué somos los peores de todos los bichos?
¿cómo llegamos a tal degeneración?
¿por qué desperdiciamos la ocasión
de amarnos con pasión?
¿por qué la atroz despersonalización
y por qué no fuimos capaces
de hacer la revolución
dentro de la revolución,
entregados a la acción
del humano vivir,
que es el sentir?
Y, cuando se apaguen los sentidos,
llegará lo mejor,
pero entonces,
ni de disfrutarlo
tendremos ocasión.