Mi abuelo, ojos
de mar profundo,
las redes
no dejan ver el horizonte
el mar
no deja ver los remos.
Sus pies hundidos
en la sardina
el frio sereno
de la madrugada,
y la sal, agrietan los labios.
Amanece,
las luces agonizan,
los cerros sueltan las luciérnagas.
El tren quiebra
el silencio de rieles.
Su abuelo,
levanta la red,
sardinas en rito
de muerte juegan.
Tiene mil preguntas
que realizar,
Pero a veces,
no son necesarias
cuando hay respuestas,
tan reales como mágicas.
Estabas ahí,
los labios salados,
y la libertad
creciendo en tus manos.
Cuando percibes la libertad,
las preguntas, solo
gaviotas que giran en un canto,
mientras
las olas golpean las rocas,
como preguntas no hechas.