Alberto Escobar

Dioniso

 

Colli alude al pasaje de Fedro donde Sócrates enumera las diversas modalidades de delirio, para concluir que Apolo es, fundamentalmente, el dios de la manía poética. Junto con Dioniso abarca el ámbito completo de la locura, que los antiguos griegos consideraban como sagrada. En las tradiciones de la Grecia arcaica –tanto como en el propio texto de Nietzsche– hay en este sentido más parte de Apolo que de Dioniso, es decir, más inspiración poética que embriaguez. 

—Santiago Auserón —mítico vocalista del ex grupo musical «Radio Futura»— en su tesis doctoral titulada «Música en los fundamentos del logos».
P.D. Dionisos representa la manía erótica según Colli.

 

 

 

Apolo me inspira, Dioniso me atrapa.
Apolo conspira con mis entrañas, 
Dioniso, con las vísceras.
Apolo la estética, Dioniso la erótica, 
Apolo la forma, Dioniso la materia, 
Apolo la palabra, Dioniso la emoción,
Apolo el equilibrio, Dioniso la locura. 
No sé por quién decantarme.
Los dos me atrapan al unísono, 
uno me atrapa la consciencia, 
otro la inconsciencia, uno me eleva
al cielo azul, el otro a la tierra negra. 
Apolo me da los instrumentos y Dioniso
los maltrata, hace un guiñapo con ellos,
me los devuelve inservibles y me deja
en la estacada. 
Apolo serenidad, Dioniso delirio, 
Apolo sensibilidad, Dioniso deseo. 
Por quién me decanto, ¿Y tú?
Apolo es un fiel de mi balanza,
Dioniso el otro, Apolo línea recta,
Dioniso curva, Apolo cordura, Dioniso...
Me gustaría prescindir de uno de ellos
para ir más liviano de equipaje pero...
De quién prescindo que mi poesía 
no se quede coja, ladeada cual torre de Pisa. 
Apolo patrocina la belleza, esa belleza
que fue inaugurada en la antigua Grecia,
esa que figura en los frontispicios de los museos,
esa que de tan manida resulta hasta chocante.
Delante de esa belleza pongo el carro 
de la pasión, sin la cual el hecho poético
queda sin el lustre que debe, sin alma. 
No sé si prefiero levitar de admiración
o hundirme en las sentinas del sentimiento, 
no sé, y no lo sabré nunca, será la eterna 
pregunta sobre quién soy y para qué estoy
aquí, sufriendo una emboscada cuyo final 
se nos hace saber al ver la luz del cielo. 
¿Por qué me hacen spoiler de mi película?
¿Por qué saber que voy a morir si no he preguntado?
¿Qué desaprensivo me lo chivó de pequeño?
Vuelvo al tema.
Apolo es padre de la imaginación, de las nubes, 
de todo lo que habita arriba, envuelto en éter,
del lugar adonde quieren navegar nuestros pájaros,
de donde el agua se hace algodón, y es tan nutritiva
que solo con su lluvia alimenta lo que hay debajo. 
Abro el hambriento pico para recibir ese líquido
prodigioso, ese chocolate que los mayas bautizaron
en olor de multitudes. 
Apolo es padre, yo también, aunque apenas ejerzo.
Esa asignatura la di por aprobada hace tiempo y 
ahora, que debato si vivir, me agarro a las garras
de un clavo ardiendo, de un alféizar que resbala, 
sintiendo en cada poro el peso de la intemperie, 
sintiendo cada gota de lluvia sobre mi rostro
cuando llueve, cada quemazón pardo cuando el sol
sobre mi piel hace justicia, y cada helor ardiente,
gélido y mortal, que es colágeno para mi superficie. 
Soy eterno valle sin consuelo, sin diluvio que lo llene, 
que le haga olvidar las punzantes piedras de su lecho,
que ya, de tan erosionadas, son de cartón y hiedra. 
Me llevo mejor con Dioniso porque no pregunta. 
Dioniso es una ameba que responde sin guion, 
yendo adonde le lleva la emoción, espontáneo 
hasta la médula y que no piensa, para qué.
Apolo lo necesito, su serenidad es mi norte, sí, 
pero de quien estoy enamorado es del pendenciero,
de aquel que nació de un muslo de Zeus y fue allí,
entre el fibraje malévolo del rey, donde halló placenta
y sentido hasta salir triunfante, y malversar caudales. 
Quiero decidir por quién, pero no quiero.